Se reduce tu voz en la memoria;
de tu ritual y noble carcajada
queda la imitación —torpe y gastada—
que soy —sin tu nobleza ni tu historia—.
La vida es una pausa. Transitoria
la excomunión del hombre de esa nada
que somos. Llevo aún —de tu mirada—
restos de ganas, luces de victoria.
Ya no abrigo respuestas, pero vivo
con esa tentación —loca y profeta—
de comprender la causa y tu motivo:
Tengo amigos, amor, familia inquieta
que me sabe querer; vivo cautivo
de la risa —¡la nuestra!— de tu nieta.