Y la vida siguió, como si nada.
Todo anduvo normal y hacia el abismo
ninguno se inclinó. La carcajada
fue tan solo temor, nunca egoísmo.
Cada quien continuó con sus tareas
sin dar explicaciones. La rutina
nos cobijó —como hacen las mareas—
con su repetición y disciplina.
Me he olvidado de tantos. Tú resistes
porque al final, de todos los abrazos,
solo los tuyos salvan noches tristes,
desilusión, traiciones y portazos.
No te pido perdón. Sé que sabías
que en ti aprendí de auroras y alegrías.
2 comentarios:
Hasta las despedidas son bellas cuando se hacen con un soneto tan bien trenzado como este.
Mi enhorabuena.
Saludos
Gracias, Joaquín, por leerme. ¡Saludos!
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