Frente al Cuerno Dorado estoy con ellas,
mientras julio nos arde en la garganta;
muerde la sed del Bósforo turquesa
con veinticinco siglos de fantasmas.
Alrededor iglesias y mezquitas;
millones atormentan el estuario,
gaviotas, gatos (pueblos de turistas
que no entienden el alma de Bizancio).
Huele a café, tabaco, pan y lágrimas;
la ciudad, que es de proa y de frontera,
duerme una paz indiferente y lánguida
hasta que dé el tambor la orden de guerra.
¡Quién pudiera cantar en una copla
tu humanidad, tu piel, Constantinopla!