Los domingos, señor, son para el diablo
—no el de los cuernos ni la infame cola—,
la bestia azul (y sabes de lo que hablo)
no es inmortal y nunca viaja sola.
Son tardes de sopor. Lo inteligente
fuera dormir, pero el silencio asusta.
No queda ni la sed por lo imprudente
ni la fiebre por una causa justa.
No hallan un borde los acantilados
donde poder asirse a la esperanza,
la vida muerde, sangran los costados,
la vieja tentación baila su danza.
Sí, los domingos guardan algo triste;
mañana será lunes. Tú resiste.