La piedra no siente, espera
con la paciencia del tiempo
que va arrastrando la arena
como un huracán sereno.
Si a veces el monte tiembla,
si otras se conmueve el suelo,
no es rabia, dolor ni pena,
solo es vida, movimiento.
No obstante, una tarde (de esas
que todos recordaremos)
alguien lanza la primera
(como advertencia o ejemplo).
Después —las otras, brutales—,
rompen huesos y cristales.
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